Buque AGER2. Puerto Militar de Magadan

El Buque AGER2, se encontraba amarrado a puerto desde hacía más de un año. Formaba parte de un grupo de Buques de exploración y salvamento que la Armada Soviética tenia en la recamara pendientes de jubilación. Por toda artillería contaba con un Cañón Naval QF que no siempre funcionaba con la precisión requerida. Y por toda tripulación, 15 marineros a las órdenes del Capitán de Navío Popov.
Aquella mañana, antes de partir hacia el Psiquiátrico Militar, donde había sido requerida su presencia con el objetivo de ser presentado al grupo de hombres y mujeres a los que tenia que trasladar a la isla destino, el Capitán Popov se había reunido con su segundo al mando, un sargento cuya formación académica marina dejaba mucho que desear, pero que en aquellos tiempos en los que los oficiales fieles al régimen escaseaban, menos daba una piedra…Las cosas no iban muy bien para la marina soviética.
Le era necesario que Vassiliev comprendiese el tipo de misión que les había sido encomendada. Y no es que él supiera el fin global de la exploración a un archipiélago de islas, que ni aparecían en los mapas que manejaban los ciudadanos de a pie.
Y en ello estaban. Uno frente al otro, reconociéndose después de casi un año sin participar de ninguna misión en alta mar. Después de meses que pesaban como losas, en tierra, pues la vida de un navegante está unida al océano como a un amante del cual no puede uno desprenderse, tan solo son capaces de sentir y de vivir entre sus brazos.
Le he mandado venir aquí porque lo que voy a contarle no ha de saberlo la tripulación _ comienza la conversación yendo al grano, en su línea de hombre poco dado a los rodeos_ Se nos ha encargado ser parte de la investigación de la desaparición del Submarino K-S79._ Se acerca a la puerta de la cabina cerciorándose de que está cerrada y continua hablando _ El AGER2 tomará rumbo a las Islas Yubarta en dos días. Fue en ellas donde se rescató a la única superviviente de la catástrofe _ observa detenidamente a su camarada antes de proseguir _Lo han calificado de ASM, por lo cual deduzco que hay algo extraño en todo ello. ¡Habrá que estar alerta!

Entre ambos se instala un repentino silencio, roto por el paso de la gran aguja del reloj de la cabina de un número al otro. El sonido bastó para volver a la realidad al Capitán.
He de irme, me esperan en el Psiquiátrico. Comience a poner todo esto en orden Vasilliev, confío en usted así como en su confidencialidad_ era consciente que en esto último no hubiese sido necesario incidir, pero… nunca estaba de más recordar a los marineros sus deberes para con la URRS.
Por cierto, tendremos invitados _ dice refiriéndose al grupo de investigadores_ Dos hombres y dos mujeres, serán instalados en los camarotes individuales, separados de la marinería.
¿Necesita alguna cosa? _ Pregunta mientras recoge la chaqueta del uniforme.

El trayecto fue corto, y el silencio que se adueñó del habitáculo buscado por su parte. Un incipiente malestar había nacido en su interior, así como la desidia fugaz, propia de los que se sentían fuera de lugar en una historia que ni era suya ni tenía nada que ver con ella. No le gustó en absoluto la respuesta que obtuvo a la pregunta formulada horas atrás, en el despacho del camarada subdirector. Ella no era de esas personas que, en pos de un descubrimiento que le supusieran fama y fortuna, serían capaces de jugarse el pellejo de forma absurda. No. Era un soldado. Metódico y calculador; de los que no dejaba absolutamente nada al azar, aunque eso incluyera, a veces, saltarse las normas a beneficio propio. “El fin justifica los medios”, un buen lema, sin duda, que seguir en según qué ocasiones; justo como en la que se veía inmersa.
Aquella situación no tenía nada de habitual y carecía de todo sentido y lógica. Pensó que, ya que no podía evitarla, jugaría con las mismas armas con las que estaba siendo utilizada. Repitió la palabra “arma” en su cabeza justo en el instante en el que el coche se detuvo al pie de la rampa de subida al barco. Bajó del vehículo acompañada por las últimas palabras del capitán Popov antes de desaparecer y sin dilación buscó la bolsa de aspecto militar donde guardaba el equipaje, colgándose la mochila de campaña de un hombro, pues fue lo primero de su propiedad que encontró a mano. Cuando trató de echar mano al asa de la bolsa, uno de los marineros, solícito, se adelantó. Quizás era un tipo amable de por si; o quizás ella era una mujer y su uniforme sólo le hizo creer que sería una oficinista que necesitaba ayuda con el petate. Qué iluso …

“ Deje que le ayude. “

Tiró del asa hacia él, con la intención de sacarla del maletero y cargar con ella- pesaba más de lo que había imaginado para ser la bolsa de una mujer, claro- pero se encontró con la férrea oposición de otro tirón en sentido contrario. Apenas sí tuvo tiempo de girar la cabeza para comprobar qué había detenido su avance cuando una voz glacial espetó con cierta rudeza una velada orden que no admitía discusión alguna.

“ No. Yo la llevaré. “

Tomó la bolsa sin añadir nada más y, alejándose del coche, se aproximó a la rampa de subida donde otro marinero esperaba para llevarles al interior de aquel pedazo de chatarra inservible que Popov llamaba “su barco”. El interior no era mucho mejor, ni estaba en mejor estado que el exterior. Un estrecho pasillo mal iluminado, carcomido por el salitre y la herrumbre, llevó sus pasos hasta un camarote en no mejores condiciones. Una litera con dos camas, dos taquillas -intuyó enseguida que lo compartiría con alguien, con la mujer que había visto, seguramente- un pequeño lavabo, y un ojo de buey en la pared, con el cristal rajado, por el que se colaban los mortecinos rayos de sol que lograban traspasar las tupidas y grisáceas nubes del ocaso.
Eligió la cama de abajo- “Cerca del suelo, como en la trinchera”- abrió la mochila y sacó de ella una gruesa chaqueta de lana que sustituyó a la fina guerrera militar. Conservó los pantalones de campaña y cambió los zapatos por botas de faena, más cómodas y cálidas. Fue entonces cuando cogió la bolsa militar y, dejándola sobre la cama, abrió la cremallera. Removió con cuidado alguna que otra camiseta, un par de pantalones de repuesto y ropa interior, hasta que sus dedos toparon con lo que andaba buscando; tacto frío y metálico que la hizo resoplar con cierto alivio. Cerró la bolsa y la guardó bajo la cama, a buen recaudo.
Inspiró profundamente. Empezaba a tener hambre, apenas sí había comido nada desde el desayuno. Abrió la puerta del camarote y salió al pasillo, cerrando tras de sí. La humedad era aplastante y se le metía hasta los huesos. Se cerró bien la gruesa chaqueta y avanzó, tal y como Popov había ordenado que debían hacer.

“ Ah …. mataría por una ración de vodka “

Sonrió para sí, perdiéndose pasillo adelante.

Nadie le ofreció un trago. Ni siquiera un mísero café que engañara su estómago durante un rato. Nada. Sólo una nota manuscrita con la asignación de una tarea que dudaba mucho hubiera sido escrita por Popov. Estaba claro que si quería un café, tendría que preparárselo ella misma. Un extraño regreso al pasado, pensó, a los viejos tiempos donde el rancho se preparaba en la trinchera, entre el hedor a miedo y a sangre derramada, bajo la lluvia y el silbido de las balas.
En el fondo nada había cambiado demasiado.
Encendió un cigarro, con parsimonia. El pasillo estaba desierto y silencioso, y a pesar de que podía escuchar cierto trasiego proveniente de algún lugar encima de su cabeza, en cubierta, no halló a su paso alma viviente a la que preguntar dónde se encontraba el capitán. En realidad tampoco lo necesitaba. Intuía dónde estaría, y si se equivocaba, seguiría buscando. En un lugar acotado como aquel, al final acabaría encontrando lo que buscaba. Siempre lo hacía.
Las mismas escaleras que rato atrás la habían metido en las tripas del barco, ahora la devolvían a cubierta. No le fue difícil memorizar el camino; cada puerta , cada rótulo … cada escalera secundaria que subía o bajaba. Todo quedó perfectamente grabado en su analítica mente. Le bastaba con echar un vistazo, como el que estaba echando ahora sobre cubierta, en derredor, de proa a popa, para confirmar de forma visual los sonidos que le habían llegado. El trajín de los marineros afanaba los últimos preparativos antes de que aquel cacharro abandonara la bocana del puerto. Al verla, uno de ellos, el más cercano , señaló con el dedo por encima de su cabeza, a su espalda.

“ Y se hunda acto seguido.”

Sonrió para sí ante semejante pensamiento que, si lo pensaba detenidamente, no resultaba tan descabellado.
El gesto del marinero y el sonido de una puerta al cerrarse de golpe la hizo elevar la vista. El puente de mando se alzaba en una cubierta superior, encima de la que se hallaba. Le fue fácil encontrar la forma de llegar, y más fácil presentir que el capitán sabía de su presencia allí. Por eso obvió por completo las formalidades una vez se halló en su presencia – no era su superior, por lo tanto no le debía obediencia al cargo. Las únicas órdenes que ella debía obedecer provenían de Moscú, del Cuartel General de la ChèKa, y habían sido muy claras. Además, la experiencia le había enseñado que el respeto a la autoridad no se conseguía. El respeto a la autoridad se ganaba.- Por eso, el tono de su voz, aún educado y consecuente, descubrió su firme disposición a obtener una respuesta a la pregunta que estaba a punto de formular.

“Bien, camarada Capitán. Ahora que estamos solos, dígame qué diablos pasa aquí.”

Las manos de Dmitri se cerraron alrededor de la barreta. Se afirmó lo mejor que pudo teniendo en cuenta el escaso lugar que tenía y comenzó a hacer palanca, levantando un pesado eje. A su lado, el mecanico de la nave iba echando aceite al engranaje roto, tratando de sacarlo más fácilmente - Puta madre!Falta un poco más!

Dmitri se inclinó un poco, tratando de apoyar la barreta sobre el hombro. Apretaba los dientes y la cara se le ponía roja - Solo... un poco... más...- Resopló cuando al fin pudo hacerlo. El eje se elevaba lo suficiente para poder sacar la pieza rota. Aun faltaba lo más importante - Saca esa mierda de una vez - farfulló, sin soltar el cigarro que se movía en un extremo de la boca.

Se escuchaban los pasos de alguien que se acercaba apresuradamente. Un marinero de escasos 20 años se cuadra frente a los dos hombres agachados. -Sostenlo firme - Dijo Mikhail, el mecánico, ignorando al joven y comenzando a golpear el engranaje con un pesado martillo. El marinero comenzó a hablar

Camarada Sarg KLANG assili KLANG Capitán Pop KLANG e orden KLANG sentarse en l KLANG a de Mando

-Mmmrrrgh!!!KLANG

-Aaarrrgghh KLANG

.-¿Camara KLANG Sarg KLANG to?-

Marino, la reputKLANG PLANCque l PLANC PLAAAAASH rió. Ya voy.- Contestó mientras el engranaje roto caía al fin. Mikhail colocó el pesado engranaje nuevo mientras el marinero se retiraba. Dmitri bajó la barreta de acero y el eje descendió. El engranaje ajustó perfectamente y al fin pudo sentarse - Ufff- Ambos hombres miraban el motor de la nave y sin mediar palabra, el mecánico le ofreció la petaca de vodka. Dmitri dio un trago - Bien... hora de irme

Se levantó y dirigió hacia la Cabina de Mando. Un par de minutos más tarde, Dmitri abría la puerta, mascullando casi al momento - Camarada Popov, los camarotes listos, el motor en buen estado, las provisiones cargadas, la morocha escoltada y transladada a la biblioteca, los hombres al llegar y la otra mujer... - vió a Zhanna Ivanovna frente al Capitán - ...precisamente aquí.

Las palabras del capitán tuvieron una respuesta fulminante. Se cuadró, de forma marcial, igual que lo haría un orgulloso soldado frente a sus generales, en un desfile en la Plaza Roja. El familiar sonido del golpeo de talones acompañó a la diestra en visera contra la sien.

“ A sus órdenes, camarada capitán “

Voz firme y movimientos lentos y precisos, perfectamente calculados, para dar media vuelta y disponerse a seguir al mugriento oficial para cumplir, al pie de la letra, las indicaciones de Popov.
Una rápido vistazo a éste último le trasmitió experiencia en cada una de las arrugas que surcaban su curtido rostro. Podía oler el aroma a tabaco y a licor, mezclado con el olor penetrante del lubricante y el toque ácido, desagradable, del sudor que empapaba su camisa.
Esperó paciente, manos cruzadas a la espalda, a que aquel hombre la condujera …. a la dichosa cocina. Del resto ya se ocuparía más tarde, cuando su estómago estuviera más lleno de lo que estaba. Tenía todo el tiempo del mundo, y por más que mantuviera la esperanza de encontrar algo servible para ella allí dentro, algo le decía que no sería así.

Esperaba equivocarse, por su bien.
Por el bien de todos.

Mientras la mujer rubia se cuadra, Dmitri saluda a su superior, aunque lejos está de la rigidez marcial de Ivanovna - Ya mismo la llevo, Capitán- dice, con la mano en la sien, en un rápido saludo mientras el cigarro se mueve en un extremo de su boca como si estuviera a punto de caer. -Sígame, Camarada

Se gira hacia el pasillo y comienza a caminar, dejando una estela de humo. Se dirige a las escaleras. Comienza a bajar- Los camarotes ya están preparados. Ahí, a babor, estan los 2 mas grandes, para los marinos del buque. Al fondo el del Capitán y el de al lado es del Oficial Mecánico y mío. Si tiene problemas, no dude en buscarme - Se gira y la mira directamente a los ojos -Problemas. No quejas, no pendejadas, no chismes. Problemas.

Uuna botella de vodka tambien es un buen motivo- termina, sonriendo y guiñandole el ojo. Abre una puerta. Y.... la cocina. El grandote del fondo es Ivan. ¡IVAN!

El cocinero se gira y se queda helado frente a la belleza rubia de Ivanovna, con una bolsa de papas en la mano. -...Mierda

Iván es de los que creen que una mujer es de mala suerte en un barco- dice mientras toma 3 tazas y las pone sobre la mesa.

Los problemas son directamente proporcionales a sus curvas- gruñe, sin decir lo que piensa en ese preciso momento: "Estamos jodidos...". Mientras Dmitri sirve café, se limpia la mano y la extiende a la mujer


El apretón es firme y fuerte - Ivan Kusnetsov, cocinero de a bordo.

Dmitri les alcanza a ambos una taza de café.

Escrutó a su locuaz interlocutor con cierta atención, no pudiendo evitar una media sonrisa ante aquel guiño cargado de picardía. El tipo le caía bien; era escueto, conciso, decía las cosas claras y diría que no le iban las medias tintas. Perfecto. Y además la había llevado hasta su posible primera comida caliente del día.
“Mi salvador”, pensó para sí, después de que la palabra mágica “vodka” resonara en sus oídos como música celestial... y quedara aplastada por la supina estupidez en forma de superstición absurda del nuevo elemento que acababa de entrar en escena, de forma tan gloriosa. El tal Iván. Una mirada letal cayó a plomo sobre el cocinero, mientras respondía a la diestra extendida de Dimitri con un firme apretón.

“ Bueno, si hubiera sabido que mis curvas molestarían tanto al camarada Iván, habría cambiado de cuerpo, me habría cortado las tetas y me habría puesto un par de cojones y una polla bien grande sólo para su disfrute”.

Replicó al cocinero, rechazando sin disimulo alguno la mano tendida ente ella. ¿Sarcasmo? ¿Ironía? ¿Amenaza? Dudaba mucho que la mente limitada de aquel hombre hubiera sido capaz de entender el verdadero significado de aquellas palabras. Daba lo mismo. En su escala de importancia, Iván estaba ya marcado como “ futuro daño colateral”, algo sin importancia, completamente prescindible. No como Dimitri. " Tú me servirás perfectamente, amiguito". Se dijo, disponiéndose a sentarse delante de la taza humeante, regalando, de paso, al feje de máquinas, una nueva y enigmática media sonrisa, sin mediar palabra alguna, sin decirle su nombre, ni su rango, ni el porqué de su presencia allí. Si aquel hombre llegara a imaginar que la terrible maquinaria de información de la Chekà acababa de ponerse en marcha, lo más seguro es que habría dado media vuelta y todavía seguiría corriendo. Pero no lo sabía. Ante él sólo había una mujer con aspecto de soldado, a la que le rugían las tripas. Mucho mejor para él. Era cuestión de tiempo que el café, o el licor, o las ganas de conversación tornaran el silencio por información. Sólo debía esperar y estirar del hilo cuando llegara el momento.
Sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo y encendió uno con cierta parsimonia, con la mirada clavada en Dimitri.
Sólo tenía que esperar.
Tenía todo el tiempo del mundo.

Dmitri mira al cocinero con una media sonrisa mientras entra la otra mujer. El fatalismo con el que recibió a al morocha lo divertía. Y por otro lado, no era nada que no pudiera arreglarse con alguna noche de vodka y cartas mientras navegaran a destino.
Da una última pitada y saca el cigarro de su boca. Lo mira con extrañeza mientras lo hace girar entre el índice y el pulgar -Volveremos de esta como siempre lo hemos hecho, Ivan, no seas dramático -Estira el brazo y lanza el resto del cigarro con el índice, como si fuera un proyectil. Un arco de chispas y humo recorre la habitación cuando el cigarro sale despedido y se pierde por el ojo de buey hacia el exterior. - Le diré lo mismo que a la Camarada Ivanovna- hace un gesto hacia la rubia -Soy el sargento Vassiliev. Dmitri Vassiliev.

Toma un paño y limpia otra taza, que pone frente a Petra, sirviendole café sin preguntarle siquiera.-Si leyeron la nota que dejé en los camarotes, todos los "pasajeros" de esta nave deben contribuir durante el viaje. - Un marinero entra cargando una pesada bolsa de papas e Ivan señala un rincón. Al pasar al lado de Ivanovna, la mirada recorre sus curvas antes de seguir camino- En la cocina o ayudando en la limpieza de la nave, les dejo a ustedes la decisión. Quejas y reclamos, al Camarada Capitán Termina de un trago el resto de café y se dirige a Petra - Iba a llevar a la camarada Ivanovna a recorrer el barco. Puede venir, si lo desea. - Camina hacia la puerta y se detiene antes de salir, llamándo con un gesto a la chica rubia. Sale al pasillo y comeinza a hablar *- Aqui adelante está el comedor. Salvo casos de fuerza mayor, todos comemos en este lugar - Mientras habla, algunos marineros pasan cargados de bolsas de cebollas y legumbres, murmurando en voz baja...**. Varios desnudan con la mirada a las dos mujeres, pero Dmitri no les presta atención. Va señalando los camarotes de los que habla .

-Radio, camarotes de los marineros...Los talleres están en el nivel de abajo, cerca de la sala de maquinas. En aquel otro se guardan las armas...- Hay un marinero de guardia delante de la puerta, que ante un gesto del sargento, se aparta. Se escucha una llave girar y la puerta abierta muestran los fusiles Nagant, alineados. En los estantes, se encuentran varias cajas de municiones y algunas más grandes, con bengalas, una pistola de señales y diverso material bélico.

*: He de suponer que me siguen. Si quieren seguir roleando en la cocina, me avisan y edito la última parte

**: ¿Las viste? Yo a la morocha le doy!

Nah, la rubia está para hacerle una braguita de saliva

Petra escuchó pacientemente las palabras despectivas del cocinero que, para sus adentros encontró incluso divertidas en la superstición que revelaban. Su padre siempre le había hablado de la proverbial afección de los marinos a las supercherías de todas clases. Ni Marx ni Lenin habían podido erradicar eso, pensó para sí con un dejo interno de diversión que no afloró a su rostro mas que en una mueca que apenas apenas podía creerse una sonrisa.

No prestó tampoco atención a las miradas apreciativas de ambos hombres. Eran hombres y, seguramente, bastante básicos además, y fuera a saber cuánto hacía que no habían visto una mujer. Lo mejor era obviar esos ojos que podian antojarsele hambrientos. De todos modos, intuyó que el cocinero ya la había descartado como presa apetecible. Algo en la forma y gesto en que desvió la mirada se lo hizo pensar. Eso le produjo un módico alivio.

En cuanto el Sargento Vassiliev se presentó ella misma le devolvió la atención ante la mirada impertérrita de Ivanovna. La altivez de ésta le produjo cierta aprensión. Optó por responder con toda naturalidad, y alargando la mano hacia el marino:

-Camarada Sargento Vassiliev, encantada de conocerle. Puede llamarme Petra Nikolaievna. -Esbozó una leve sonrisa, como si estuviera en una reunión social y no en una misteriosa misión a lo desconocido-: He visto los carteles en el camarote, además de haber sido adveriidos por el Camarada Capitán Popov respecto al pedido de colaboración para los pasajeros de este buque. Será un honor contribuir con la armada soviética mediante mi colaboración en la cocina. -luego de decir esto, escuchó la invitación a recorrer el buque por parte de Vassiliev. Inclino levemente la cabeza:

-Por supuesto, será muy oportuno familiarizarnos con el buque antes de partir. Luego sí, con mucho gusto colaboraré en la cocina con el camarada cocinero -dijo, con su voz y maneras suaves, de una manera involuntariamente graciosa y agradable.

A una señal del sargento salió de la cocina siguiendole a él e Ivanovna. Escuchaba las explicaciones de Vassiliev con interés, cuanto menos tuviera que preguntar al personal del barco y más inadvertida pasara seguramente sería mejor para ella. Agradeció que su memoria fuera bastante buena: situó el comedor respecto a la cocina, la ubicación de los camarotes de los marinos -detalle no menor, no fuera a confundirse y generar una situación algo incómoda para todos-, los talleres, el arsenal.

Se encontraba, a pesar suyo, demasiado familiarizada con los Nagant. Sobre todo con el sonido que hacían en la madrugada, justo al rayar el alba. Siempre luego de eso, algun cuerpo yacía en la nieve siberiana y no tardaban en oirse los aullidos de los lobos en busca de la sangre caliente y la carne aún fresca.

Petra pudo disimular un estremecimiento ante ese pensamiento. Cayó en la cuenta, entonces, que hacía poco menos de una semana que estaba lejos de todo eso. Bueno, técnicamente seguía siendo una prisionera, pero pensaba hacer uso todo lo que pudiera de la ilusión de que no lo era, aquello quizá fuera, despues de todo, un pequeño respiro.

Si lo de la desgraciada Dhurga Mithen era solo una alucinación. Y algo en sus entrañas le advertía que cabía una probabilidad de que no lo fuera. De que realmente algo había ocurrido en aquellas islas. Pues, algo ya no era mentira: la creencia en hombres-pez.

Los comentarios por lo bajo soeces y vulgares de los marineros la sacaron de tales pensamientos sombríos, y no supo si reirse o enfadarse ante la extrema vulgaridad del comentario sobre la rubia. Con esto, volvio a prestar atención al recorrido de Vassiliev.

Petra se mantuvo en segundo plano mientras los marineros informaban de las noticias a su sargento. Se apresuraron a decir que el Capitán Popov ya estaba al tanto de la muerte del Dr. Kocek. El sargento Vassiliev escuchó las noticias, tomándose unos momentos para meditar.

¿Kocek muerto? No sabía demasiado de medicina, pero o alguien le había dado un golpe en la cabeza o había resbalado y se habría golpeado con alguno de los cantos del escaso mobiliario del camarote. Si era como el de ella, eso era altamente probable.

Y dudaba que hubiera sido asesinado por algun agente de la Cheká. Ésta solía ser bastante directa en sus métodos de arresto y tortura. Pero... había un detalle: el Dr. Kocek no era soviético. Era extranjero. Si ese hombre estaba allí en realidd por un motivo oculto y la Cheká lo sabía, no era improbable que un "accidente" fuera más que conveniente para eliminar un posible enemigo.

Ya estoy hilando demasiado fino y será mejor que ni siquiera lo insinúe, pensó Petra mientras su rostro se mostraba acongojado por las noticias. Si había alguien de la Cheká (y eso era altamente probable dado el secreto de la misión) debía ser aún más cuidadosa de lo que era habitualmente.

Miró al sargento Vassiliev mientras oía los detalles morbosos que daban los marinos: que si el corte era con una maza, que si era un cuchillo, que los sesos se le habían salido para fuera y todo estaba lleno de sangre... había un extraño deleite en el modo en que los hombres se regodeaban en las noticias. Uno incluso decía si era mejor echarlo al agua una vez en alta mar y ahorrarse la burocracia de una inspección policial en el AGER. Otro hizo un chiste sobre si la sangre atraería tiburones.

Petra se estremeció al oir esos comentarios: la sola idea de imaginar las dentelladas de un tiburón sobre un cuerpo humano le erizó los pelillos de los brazos y de la nuca y le dió un escalofrío. Si alguien lo había notado o había visto su cara de repulsión no le importó: la mente de Petra ya estaba ocupada en imagenes de tiburones y agua ensangrentada. Son los lobos del mar

Agradeció el viento frío que venía de cubierta, con su olor a salitre y el frescor que barría con sus pensamientos.

Dmitri ignoró los comentarios de sus hombres. Desde que había sido avisado de la muerte de Kozec, solo se preocupó por llegar al camarote, ignorando el comentario resignado del cocinero, que murmuraba sobre la mala suerte que los esperaba. Llegó a la puerta, donde se apiñaban los hombres.

Soldados! Apartense y vuelvan a sus tareas... - Algunos marineros se apartaron y pudo ver a uno de ellos de pie al lado de la puerta, junto a un civil. "El otro pasajero, supongo". Se apoyó en el marco de la puerta, mirando dentro. En el camarote, sobre la cama, aun se encontraban las maletas del muerto, abiertas pero aun ordenadas, como si las hubiera estado vaciando. - Tendrá que esperar a que inspeccionemos esto, luego podrá volver e instalarse tranquilo. Por el momento, no debe circular por la nave sin compañía. Puede acompañar al marinero o quedarse aquí mientras no estorbe - miró al soldado-Marinero Krycek, por el momento lleve esas maletas a mi camarote.

Entró al camarote y se dirigió al pequeño cuarto de baño. Apenas había lugar para moverse tranquilamente. El cuerpo yacía en el piso. El charco de sangre se había comenzado a espesar, coagulandose bajo el rostro de Kozec. No había nada que se pudiera hacer por él. Resopló. desde niño, había cazado en los bosques. Estaba acostumbrado a la sangre y desde aun antes de la revolución, a la muerte de animales y hombres. Un cuerpo muerto de un desconocido no iba a hacer mucha diferencia. Encendió un cigarro y arrojó el fósforo, que se apagó con un fsssssss... apenas perceptible cuando cae sobre un extremo del charco rojizo.

Mierda - Toma del pelo a Kozec, levantando un poco su cabeza y palpando con su otra mano en busca de la herida. Los dedos se meten dentro, empujando astillas de hueso. Tantea un poco más, retira los dedos y limpia en el saco de la víctima los restos de sangre y cabellos que se le adhirieron. Mira alrededor hasta encontrar en la pared una mancha de sangre, justo donde sobresale un pequeño perchero de metal. " Entonces... resbalaste como un tonto cosaco borracho y te desnucaste contra el perchero". Frunce el ceño y se acerca un poco más. Vuelve a mirar el cuerpo. La mancha en el saco, donde se había limpiado los dedos. El perchero, manchado de sangre... y nada más. "Solo que el perchero no tiene un pelo de tonto... Y deberías haber dejado alguno"

-Te mataron, Camarada - murmura en voz baja.

-Camarada Capitán. La camarada Ivanovna quedó donde está el arsenal, que yo sepa, claro está --Petra habló atropelladamente, una vez pudo salir de su estupor.

Y luego se sumió en sus propios pensamientos. Un hombre asesinado. Según el psiquiatra así había ocurrido y todos estaban en peligro. Y en altamar estarían más indefensos si el asesino estaba entre ellos. Instintivamente, ni bien se fueron los hombres a retomar sus labores, se fue a la barandilla, sin apoyarse en ella. Una idea loca, absurda, se había apoderado de su mente, pero no la expresó en voz alta. ¿Quizá se había sugestionado con el relato de Mithen? ¿Cabía la posibilidad que alguien quisiera impedirles que fueran a investigar lo ocurrido con aquella pobre alienada? ¿Alguien que supiera lo de los hombres pez? ¿O los mismos hombres pez podían haber seguido a Dhurga y los estaban vigilando?
Sin que los colores volvieran a su rostro, Petra volvió la mirada a Popov:

-Camarada capitán. Camarada Sargento. Realmente fue... un martillazo lo que mató al pasajero? -- Consiguió dominar su repentina ansiedad--No... no podría ser que... --Petra miró al suelo, buscando huellas de pies mojados. Pero no dijo que buscaba eso No estoy pensando bien... este pensamiento es descabellado!, se dijo para sí -que hubiera sido... ¿otra cosa?