Petra Vie Sep 23, 2011 5:45 am
Petra escuchó atentamente al Dr. Villarroja: el también daba crédito, al menos parcialmente, a los dichos de la desdichada Durga Mithen. Revisó sus apuntes y sacudió tristemente la cabeza:
-Lamentablemente, camarada Villarroja, no he tenido tiempo de poder ampliar mis consultas en la Biblioteca de Magaden y, naturalmente, no era posible traerme un libro de allí. Cabe la posiblidad de que la camarada Mithen hubiera, en efecto, conocido las leyendas de las islas, pero, si mal no recuerdo en el expediente menciona que tuvieron un minimo contacto con los nativos de las islas. No entiendo de psicología, pero tal como la camarada Durga discurre, según el informe, me parece dudoso que conociera previamente las historias de los hombres pez. Yo misma las descubrí en libros considerados dentro del ítem "supersticiones" dentro del fichero de la biblioteca. Como mínimo, me parece dudoso que una leal soldado soviética se inclinara por lecturas semejantes. Yo misma- adujo Petra, atajándose antes de que alguno le señalara una posible contradicción- no tuve otro remedio que buscar en ese sector de la biblioteca en busca de las posiblidades más descabelladas.
Petra se tomó un respiro para tomar un poco del café aguachaneto que habían servido. Observó con serenidad a los presentes. La ausencia de Ivanovna y de Petrov la aliviaba un tanto.
-Hay una teoría interesante que habla de coincidencias de conocimientos en diferentes partes del globo, lo cual sucede debido a que, precisamente, las condiciones materiales de existencia que rodean a esos pueblos son semejantes. Lo cual puede hacer coincidir leyendas propias del Mediterráneo con las de esta remota región del Pacífico. Al fin de cuentas, nadie sabe cuántos siglos hace que viven los lapones en las regiones circumpolares o los antiguos pueblos Ainu del norte de las islas Hokkaido. -Petra sonrió, era evidente que le gustaba hablar de tales asuntos-Los textos que he consultado mencionan la Biblia, que, como sabemos, es un compendio de supersticiones destinasdas a embrutecer a los pueblos. Ella nos podría servir para buscar referencias en dirección a lo que usted pregunta, estimado Dr. Villarroja, pero dudo que obra tan perniciosa esté al alcance de nuestra mano. Así que, quizá tendremos que guiarnos por los rastros de la cultura material que haya disponibles en esa isla. Espero que mis pobres conocimiento de arqueología y antropología puedan sernos de utilidad. Pero, hasta que lleguemos a las islas, dudo que podamos saber más.
Petra pasó a Villarroja su cuaderno de notas, para que él pudiera juzgar por sí mismo lo que acababa de decir. Su letra era pulcra y cuidada, pero su trazo era firme y decidido. Sus notas denotaban que daba por supuestos asuntos que tal vez a Villarroja se le escaparan y que eran dominio de arqueólogos y antropólogos. Y las maneras de la joven parecían suaves no por inseguridad sino por educación, probablemente alguien que, en el pasado, hubiera pertenecido a la alta burguesía. Era difícil saber si los circunloquios que ella empleaba eran de una probable educación académica o si obedecían a cierta cautela o un simple afán de mostrarse irreprochablemente correcta, políticamente hablando. De todos modos, ella parecía sincera al descalificar a la Biblia.
Seguramente, a los hombres de la sala les llamara la atención la finura de rasgos de Petra, que no conseguían apagar las ropas bastas y el pelo recogido sencillamente ni el rostro sin maquillaje. La visión de esa mujer contrastaba violentamente con el aspecto casi espartano y estrecho del lugar donde estaban cenando.
-Y, por cierto, camarada Nicolay, será un placer probar los platos que solidariamente nos prepareís. Yo puedo ayudarle en la preparación de lo que sea necesario para cocinarlos -Petra miró con otra sonrisa amable y levemente melancólica al áspero erudito. Después de todo, por antipático que ese hombre pareciera, había que socializar. Con Villarroja ya parecían compartir algun enfoque común. Aunque Petra era consciente que nunca, nunca, debía bajar la guardia.